martes, 15 de febrero de 2011

LA LEYENDA SIGUE VIVA

El público espera ansioso sin disimular un nerviosismo que se hace evidente cuando de tanto en tanto se elevan algunas voces al unísono, formando una suerte de cadencia que rebota contra las paredes. Es entonces cuando se producen los primeros cambios de luces que dejan asumir que todo está por comenzar. De pronto, los primeros acordes de la guitarra, anuncian que va a nacer en el aire, un cante por bulerías.

El cantaor delgado de estatura mediana, pelo largo y mirada tímida se acerca hacia el micrófono de pie; lo acomoda convenientemente a su altura al tiempo que carraspea como quien se aclara la garganta, y le hace una señal con sus ojos al joven guitarrista que tiene los ojos clavados en él, y se dirige hacia el público con tono hosco y tímido a la vez:

-Señores yo con un poquito de silencio me puedo concentrar un poquito mejor y me podéis escuchar mejor... ¿no? por bien de todos... si queréis ¿no? y luego otro carraspeo y el doblar de sus palmas.

Aunque sus palabras no logran que la gente haga silencio, él se muestra sosegado, casi ausente, quizá porque sabe que en contados segundos, se producirá un extraño milagro: apenas comience a cantar, cuando de su garganta surjan las primeras estrofas.

De pronto de un modo prodigioso e incontenible, desaparece todo punto de referencia: el escenario, las voces de la gente, la guitarra y las palmas. Su voz emite un quejido casi sobrehumano de raíces ancestrales que se va elevando y los asistentes se van quedando callados presa del encantamiento que se engendra desde el escenario. Y los sueños toman la forma de música y la música de duende, y todo es magia y sortilegio.
Se entiende, claro está, porque están escuchando al más grande de los hechiceros de la voz y el sentimiento: a don José Monje Cruz... Camarón de la Isla.